La instalación de suelos linóleos es una tarea sencilla y no presenta los inconvenientes de otros pavimentos que requieren una obra más complicada. Se comercializa en rollos o losetas, y en ambos casos, tienen en el revés una capa de poliéster o de yute que asegura su agarre y estabilidad. Es muy importante y fundamental encolar el suelo linóleo sobre un suelo bien nivelado y preparado, solo de esta manera conseguiremos que nuestro suelo duré toda la vida.

    Por otro lado, la carta de colores y acabados que presenta, permitirá escoger aquella tonalidad que más se adapte con nuestros muebles o la pintura de las paredes. El suelo linóleo destaca por su solidez y firmeza frente a agentes como el fuego o bacterias. Se trata de una material antiestático y muy resistente de cara al futuro desgaste que deberá soportar.

    Su limpieza no supone un gran esfuerzo. En su mayoría, los suelos linóleos actuales tienen una cobertura protectora que contribuye a su óptima conservación y evita las manchas y perforaciones. Para su mantenimiento diario basta con fregarlo con agua tibia y una jabón líquido neutro o con PH bajo. Si el suelo tiene manchas difíciles, no conviene utilizar limpiadores agresivos, como la lejía o amoníaco, ni disolventes o productos alcalinos. De lo contrario el revestimiento sufrirá decoloraciones o la pérdida de su brillo natural.

    Otro aspecto a tener en cuenta y que es preciso cuidar, es la cantidad de agua que se debe emplear para su limpieza. Es recomendable empapar la superficie y no humedecerla en exceso, pues corremos el riesgo de que el agua penetre en las uniones y provoque daños. Si con el paso del tiempo el suelo pierde brillo, se debe utilizar un abrillantador o ceras específicas para este tipo de suelo y a continuación lustrar con una gamuza, de esta manera conseguiremos recuperar su brillo habitual. Nunca utilizar barnices ni productos similares.

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